viernes, marzo 17, 2006

Una buena referencia de mi genero


Me gustan ellos
Carla Tofano

Partiendo del evidentísimo hecho de que soy una mujer que se enorgullece de su inquebrantable filiación con el gremio femenino, en esta oportunidad tomo la palabra para expresarme a favor de mis congéneres, los especimenes de naturaleza masculina, que no por casualidad llamamos del sexo opuesto. Viéndolo de un modo pacifista y evolucionado, hombres y mujeres deberíamos considerarnos sujetos complementarios y no opuestos encontrados, sin embargo, la realidad es mucho menos romántica que las ideas igualitaristas, por ello, el adjetivo calificativo de acepción antagonista —opuestos— que a diestra y siniestra empleamos, más que un desatino del verbo coloquial, expresa una circunstancia existencial entre géneros.

Quizás porque padezco una a una, las virtudes y las fallas que tipifican la psicología del gremio al que pertenezco, considero que los hombres y las mujeres somos salvajemente disímiles, aunque nuestras diferencias puedan engranarse en múltiples esquemas de feliz reconciliación. Tengo una amiga que hace meses no veo —vive en Nueva York— pero que siempre recuerdo, entre otras cosas porque con dulce sarcasmo me decía: “Cuando tu chico se quede en silencio y le preguntes en qué piensa, si te responde que no piensa en nada, créele. No te miente. No piensa en nada”.

Insolente y preciosa, mi amiga sostenía con impertinente afán que no hay que tenerle desconfianza al silencio masculino. ¿Y saben qué? Creo que tenía razón. El silencio de un hombre no evita toparse con la realidad, el silencio masculino divaga sin rumbo certero y sin apego al melodrama. El problema es que cada ladrón juzga por su condición, por eso las mujeres sometemos constantemente a los chicos al escrutinio de nuestro propio patrón de conducta paranoica. Basta observarlos —a ellos— con sensibilidad y sentido común, para entender que la lógica masculina es franca y contundente.

Pocas veces cometen pecados realmente peligrosos sin que tu olfato leonino logre identificar el delito justo a tiempo. Los hombres son tan netos y transparentes, que provocan ternura y regocijo en quienes conocemos los intríngulis de las peligrosas mentes femeninas. Incluso los especímenes más tremendos de la liga, son niños de pecho comparados con las fierecillas que les pican el ojo para hacerlos perder la cordura desde la trinchera del sexo “débil”.

Siempre prestas a considerarnos buenas samaritanas, las mujeres somos complicadas, misteriosas, confabuladoras, manipuladoras, ambiciosas, desmedidas, arrolladoras, embaucadoras, belicosas, tramposas y viperinas. Tenemos una vocación natural para los entramados complicados y para los semitonos. Somos claroscuras y agridulces. De hecho, una mujer sin un ápice de embrujo, de malicia o de pericia, está en franca desventaja en el tablero del amor. Adoro descubrir en los hombres facetas maravillosas que casi siempre por insolentes y engreídas, las féminas desdeñamos, tergiversamos o malinterpretamos. En la amistad entre chicos predomina la sinceridad y la nobleza relajada. Tengan la edad que tengan, cuando se juntan, siempre parecen muchachos que cuentan sus aciertos en el amor y la guerra como quien colecciona soldaditos de plástico con ilusa fanfarronería.

A pesar de las apariencias o de los prejuicios culturales, los hombres son increíblemente dulces, suaves y adorables. La delicadeza masculina no es un asunto formal sino un instinto animal, una condición muchas veces involuntaria y de envidiable pureza.

Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces: las mujeres nos hemos mitificado e idealizado tanto a nosotras mismas como madonnas redentoras capaces de amar sin medida, que muchas veces sólo vemos la paja en el ojo ajeno, y nos sentimos supremamente generosas sin serlo siempre en realidad. Ellos, los hombres, meten la pata varias veces por minuto y lo hacen por irresponsabilidad, por negligencia y por estupidez, es cierto, pero cuando un hombre sufre por amor destila lágrimas de dolor verdadero, cuando ríe no simula divertirse, y cuando te estafa siempre baja la mirada.

Estando más abiertos a reconocerse imperfectos y a sospecharse incompletos, los hombres se respetan y se reconcilian sin terquedad. Entre hombres la amistad es solvente y sólida, aunque no inquebrantable. Que me perdonen las chicas esta vez, pero mientras más me adentro en los vericuetos de mi propia psicología, menos entiendo como hombres y mujeres podemos amarnos tanto siendo tan opuestos. l

1 comentario:

NAUFRAGATOR dijo...

por fin una mujer honesta.